Al calor de tus besos by Sophie Weston

Al calor de tus besos by Sophie Weston

autor:Sophie Weston
La lengua: spa
Format: epub
editor: Harlequin, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
publicado: 2020-05-18T10:45:52+00:00


Capítulo 6

HOLLY pensaba que lo más extraordinario acerca de Jack Armour era la forma en que podía encubrir sus sentimientos cuando quería. En las últimas doce horas lo había visto romper su fría apariencia y dar rienda suelta a un torrente de pasión, y también arrepentirse furioso por lo que había hecho.

Sin embargo, al llegar al pequeño aeropuerto y recibir una despedida digna de un héroe por parte de los amigos que habían acudido a despedirlos, se podría haber pensado que era un novio feliz que esperaba con ilusión una vida de felicidad conyugal.

Holly no sabía fingir tan bien. Las palabras de Jack rondaban incansablemente por su cabeza y le impedían compartir las charlas y las risas con los amigos isleños. «No volverá a suceder», se repetía una y otra vez.

Jack, que parecía haber olvidado la conversación, le rodeaba la cintura con un brazo posesivo. Pero ella no podía olvidarla. Muy rígida junto a su marido contestaba con monosílabos las preguntas bien intencionadas de la gente.

Los isleños comentaban que se debía a la timidez y le regalaron un gran sombrero de paja para esconder el rubor. Pero Jack sabía que ella no era tímida.

—Vamos —le dijo con impaciencia al oído mientras hacía una seña de despedida al grupo de gente que los deseaba felicidad—. Se han volcado con nosotros. Al menos dedícales una sonrisa.

A pesar de intentarlo, lo único que Holly logró fue un mecánico gesto de despedida.

—Lo puedes hacer mucho mejor —dijo Jack con una sonrisa que no alcanzaba a sus ojos—. Mándalos un beso.

Holly que lloraba en su interior, hizo un gran esfuerzo para no devolverle una mirada furiosa.

—No estoy para besos —respondió con una sonrisa tan dulce como falsa.

—Claro que no —dijo Jack con los ojos entornados.

Y a continuación la besó con fuerza.

A los encantados isleños el gesto debió parecerles el máximo de la pasión. Pero para Holly era un mensaje absolutamente diferente. «Este beso no significa nada», pensó abatida.

Sin poder soportarlo más, se liberó como pudo del abrazo.

Una niña pequeña cruzó la barrera con un ramillete de flores y se detuvo titubeante ante ella. La joven apenas podía distinguirla a causa de las lágrimas que inundaban sus ojos, pero se agachó para quedar a la altura de la pequeña y tomó las flores.

—Gracias —murmuró.

Sabía que la niña estaba aturdida por sus ojos llorosos pero no podía hacer nada para remediarlo.

No obstante eso no fue un problema para Jack que se inclinó y alzó a la pequeña en sus brazos.

—¿Cómo te llamas, cariño?

La niña sonrió aliviada.

—Felicia.

—Un nombre muy bonito para una preciosa dama —dijo acercándose a la barrera para dársela a su madre.

Holly se puso de pie y cuando él volvió, ya se había enjugado las lágrimas y parecía serena.

—¿Estás bien? —preguntó mientras pasaban el control de pasaportes y seguridad.

—Estoy bien —respondió Holly.

Y lo repitió durante todo el día. De Sugar Island a Barbados. De Barbados a Miami y luego a San Antonio. Y también lo dijo en un Jeep que a saltos se encumbraba por una ladera montañosa cubierta de barro.



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